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sábado, 28 de enero de 2012

Censura y copyright, una relación histórica


La piratería no es ni un problema, ni algo nuevo y desde que la industria del entretenimiento fue concebida como existe, han intentando acabar con toda innovación y modelo que permitecircular, distribuír y reproducir bienes culturales.

Hay muchas formas de piratería (o grados.) Una de las industrias más piratas de hecho es la Gran Industria del Entretenimiento. Para muestra, el caso de Tetris. Tetris fue un proyecto de investigación de Alexey Pajitnov, creado en un instituto de cómputo en Rusia el cual fuecopiado a una computadora húngara y pirateado por la empresa Maxwell. La historia pirata de Tetris provocó que eventualmente ELROG, el organismo ruso de propiedad intelectual, les vendiera los derechos, mismos que Maxwell no respeto y trato de lucrar con ellos al revenderlos a otras compañías como Atari y Nintendo a la vez.

El caso se fue a la corte y quienes ganaron fueron ni más ni menos que Nintendo. El creador de Tetris, jamás ha recibido un solo peso de esta innovación, probablemente una de las más significativas del siglo XX.

Les recomiendo ver el documental completo acerca de la historia pirata de Tetris.


Con la piratería no es un problema, me refiero a que como fenómeno cultural e incluso comercial, no es un problema significante ni motivo de alarma. Existen estudios científicos que prueban que en los entornos digitales, de hecho, benefician las ventas. No existe ni un estudio científico (que revele su metodología de forma transparente) que pruebe lo contrario.

Sin embargo la industria esta empeñada en retratar a la piratería cultural como un peligro, ya que no tienen la sensatez de separar entre lo que significa falsificar medicamentos con fines de lucro y lo que significa compartir un mp3 sin fines de lucro. Para ellos no hay diferencia alguna.

Pero la realidad es que cultura tiene características piratas desde hace siglos y de hecho su relación con el derecho de autor tiene que ver con la censura desde los tiempos de Gutenberg. El libro Piracy: The Intellectual Property Wars from Gutenberg to Gates de Adrian Johns aborda precisamente el fenómeno de la piratería desde los libros hasta los archivos digitales. Por favor leanlo un día. Es simplemente increíble.

En el siglo XVIII, el derecho de autor (que no era internacional no estaba armonizado como hoy en día) se utilizaba para centralizar la administración de la censura y controlar el comercio de los libros, utilizando el poder de las casas editoriales autorizadas por el Estado. Existian los inspectores del comercio de libros que autorizaban lo que se podía imprimir y lo que no. El sistema de censura era parte del sistema comercial de las editoriales. Pero la imprenta se expandió fuera de los límites de la legislación francesa donde se practicaba el contrabando de obras literarias autorizadas (y no autorizadas) y que los piratas (que eran burgueses y aristócratas) creían que iban a vender bien en otros países. Había gente dispuesta a pagar por esos libros, ellos solo satisfacían la demanda.

Igual que en el siglo XVIII, los editores que tenían el monopolio legal de las imprentas y tachaban de inmorales a los piratas. De la misma forma que Lucía Etxebarría o el Sr. Quintanilla lo hacen ahora con argumentos simples y poco documentados.

En Steal this film, el documental de The Pirate Bay, el historiador Robert Darnton explica bien la relación entre privilegios de autor y censura, además de la forma en que la piratería jugó un papel fundamental para formar y empoderar lo que se conoce como opinión pública y que más tarde dió paso a la Ilustración.


¿Les suena parecido a nuestros tiempos? Ahora que la velocidad del internet es más rápida que la de las imprentas o las prensas de discos, la gente simplemente intercambia los bienes culturales que le gustan y valora, a pesar y por encima del derecho de autor. La circulación cultural no depende del derecho de autor, nunca ha sido así.

Lo que hoy estamos viviendo, es esta misma guerra en entre dos sistemas de producción que creo la imprenta. La lucha de unos por mantener una economía de la escasez en medio de la abundancia, el hecho de que distribuir/transmitir conocimiento sea considerado por algunos como ilegal y la censura gubernamental para proteger a industrias o aquellos en el poder. Es algo que ya sucedió. El ignorar la historia —como evidentemente todos lo hacemos — solo provoca que ignoremos que la historia se repite y se repetirá.

El punto al final es controlar el flujo de las ideas, y el copyright, es un buen mecanismo para hacerlo. Pero si no funciona, viene la censura. Eso es lo que significan todas las leyes deprotección de propiedad intelectual que en realidad son leyes para controlar internetliteralmente. Cory Doctorow escribió elaboradamente al respecto hace poco.

A lo que quería llegar con la relación histórica del copyright y la censura, es a que los grupos de lobbying más poderosos que pugnan por controlar el internet y la expresión cultural que circula a través de sus redes — fueron creados para combatir lo mismo que todos repudiamos en estos días: la censura de la expresión.

Más allá de que Hollywood se estableció en una zona donde pudieran romper las patentes de Edison para poder producir películas a costos razonables, la MPAA fue creada literalmente para combatir una ley llamada Código de Producción de Películas, que se promulgó en Estados Unidos en los años treintas, en el siglo pasado. El resultado del activismo de la MPAA fue el surgimiento de los famosos ratings (R, N-17, General), de modo que ellos pudieran censurar su contenido sin intervención del gobierno.

A partir de ahí la MPAA se convirtió en el monstruo que hoy conocemos, una bestia que por igual ha luchado contra la televisión de cable, a la videocasstera — llamándola “El estrangulador de Boston de la Industria” durante el caso de Universal Studios contra Sony en 1982 — a pesar de que después fue el soporte que más ganancias les dio. También impulsaron el DMCA en 1998 que resulto en el endurecimiento de la ley de copyright en el entorno digital, incluyendo la prohibición de copiar el material a otros soportes como el CD y prohibír el ripping.

Ahora van contra el internet, específicamente por su obsesión contr el BitTorrent que permitió descentralizar definitivamente la distribución. También porque los servicios de hosting como Megaupload son más accesibles que sus premiers en todos sentidos, técnica y económicamente. Ellos simplemente no quieren competir.

Desde el año 2000, cuando la industria empezó a atacar la innovación en la red y sus usuarios con demandas millonarias, casualmente a incrementado sus márgenes de ganancia neta en 35 por ciento. Pero aún así, impulsan leyes anti-internet porque simplemente ponen en el mismo saco el file-sharing, el contrabando y la falsificación.

La realidad es que una bolsa de Louis Vuitton falsificada, un medicamento genérico no autorizado (existen varios) y una copia de un archivo digital son muy distintas. Pero las leyes que propone la industria censurarían la infraestructura que permite expresarnos, para según ellos, controlar la distribución de materia y bits por igual.

Por cierto, para entender un poco la relación entre censura y copyright hoy en día, les sugiero visitar la página de Chilling Effects para ver quiénes son los que solicitan que Twitter retire más tuits hasta el momento. Censurar, técnicamente, significa que por ley se suprime una expresión de un medio. Para qué queremos dictadores si tenemos copyright ¿no?

Escrito por Geraldine Juárez para ALT1040


viernes, 27 de enero de 2012

¿Pero esto de quién es?




La piratería sigue siendo un tema recurrente. No la de parches y patas de palo, sino esa que algunos se empeñan en señalar con el dedo como causante de todos los problemas de la industria cultural, y si me apuras, de todos los males del mundo. 

No es asunto fácil: los puntos de vista son múltiples y el campo amplísimo. Desde la preocupación de los autores, hasta los cambios en los modos de consumo, pasando por el fuego cruzado entre legisladores críticos y afines, o la rabia de ciertos grupos empresariales que ven que la gallina de los huevos de oro está flacucha y vieja.

Y claro, con tanta mandanga ha llegado un punto en el que es bastante fácil perderse. Se dicen muchas verdades a medias, cuando no mentiras desvergonzadas, y voces sensata son sepultadas por declaraciones tremebundas del tipo “la industria musical se muere” o “en 2020 ya no existirá el cine y Series Yonkis dominarán el mundo con sus rayos láser mortales”.

Y luego están los discursos triunfalistas: nunca ha habido en el mundo más y mejores bandas de música; que hoy es fácil montarte un sello y hacer negocios online; que hoy cualquiera puede hacer una película con su móvil y que con abrirte un myspace y colgar cuatro canciones vas a estar tocando en Coachella en cosa de mes y medio.

Ni tanto ni tan calvo. La aproximación digital a la cultura requiere un diálogo profundo entre todas las partes implicadas, que se sitúe en algún punto entre el fatalismo de unos y la (patillera) cultura del ‘todo gratis porque sí’ que, salvo honrosas excepciones, no esconde discursos demasiado elaborados detrás.

Pero antes de iniciar un diálogo de este calado, habría que hacerse varias preguntas que por lo general poca gente se hace. Para empezar, dado que hoy gran parte de la industria cultural basa su movimiento de capital en los derechos de propiedad intelectual, una de las primeras cosas que deberían cuestionarse sería esta misma noción. Y hacerlo llevará toda una serie de preguntas asociadas: ¿A quién pertenece una obra de arte?¿Es lógica a estas alturas la idea de genio creador y de obra única?¿Lo ha sido alguna vez?

Si la cultura popular se construye a partir del reciclaje y la apropiación y la idea de que todo es un poco una copia de una copia ¿Es lícito que se siga considerando una creación artística como pieza gravable, como si estuviéramos hablando de una lavadora?¿Debe o puede ser valorada en términos de propiedad?

Un ejemplo: la pintura religiosa ¿Cuántas vírgenes y Cristos en la cruz debe de haber reproducidos por cuántos autores? A nadie se le va a ocurrir decir hoy que Giotto o Ghirlandaio iban por ahí robando a otros. Y además ¿a quién le estarían robando en todo caso? ¿A la Iglesia? ¿A Dios? Venga ya, hombre.

Y otra cosa importante: ¿por qué establecer límites cronológicos absurdos? Una obra musical puede estar dando dinero hasta 70 años después de que el autor esté muerto. Y seguramente ese dinero lo estén recibiendo los capos de sus discográficas o el agente de turno. Y en todo caso ¿por qué 70?¿Se supone que sólo entonces, y no antes, empiezan a formar parte del dominio público?

Está claro que la tarea artística requiere un tiempo y una dedicación. Que suele ser dura. Que en general hay muchos gastos y pocos ingresos, y que de alguna manera se tendría que compensar a los creadores. Pero ¿realmente la única vía de que esto suceda es una medida que convierte su obra en mercancía, lastrándola durante décadas con imposiciones legales, y a costa además de cargar esa ganancia en cánones, IVAs y demás impuestos?

Frente a este modelo, de lógica privada y especulativa, cerrada, ya hace tiempo que empieza a tomar fuerza otra aproximación a la capitalización de la cultura. Es la perspectiva del Procomún, una idea cuyo germen podía rastrearse ya en la antigua Grecia. Según palabras de los responsables Medialab Prado: “Algunos bienes pertenecen a todos, y forman una constelación de recursos que debe ser activamente protegida y gestionada por el bien común. El procomún lo forman las cosas que heredamos y creamos conjuntamente y que esperamos legar a las generaciones futuras”.

Es decir, que la cultura es algo que nos pertenece por el mismo hecho de existir, porque entre todos la construimos y en beneficio de todos se distribuye. Si bien es cierto que detrás de cada proyecto siempre hay un creador (o creadores) concreto, la propiedad de aquello que producen y, sobre todo, de los materiales con los que trabajan, tienen barreras tan difusas que tratar de convertirlos en algo cuantificable, supone, paradójicamente, reducir su importancia real y su calado social que, para muchos, entre los que me incluyo, debería ser un valor fundamental en lo que producción artística se refiere.

Y ojo, que nadie se lleve a engaños. No hablamos aquí del ‘todo vale’. No hablamos de deslegitimar al autor. Existen herramientas, como las licencias Creative Commons, que permiten un reconocimiento legal del trabajo y su autoría, sin por ello reducir la relación entre estos y el receptor a una mera transacción económica. Alternativas que cada vez más apuestan por lanzar un mensaje: la lógica tradicional del mercado, en su intento reduccionista de mercantilizar productos abstractos, puede resultar tan dañina para el ecosistema de la Cultura como el más activo de los ‘manteros’ del mundo.

De nuevo sólo un esfuerzo común por el diálogo y el entendimiento de las partes nos dará alternativas de futuro para poder seguir disfrutando de un mundo cultural saludable, diverso y fuerte. Y ya para empezar, un primer paso: déjense de afirmaciones alarmistas. El arte no morirá nunca. Está en lo más profundo de nosotros, siempre lo ha estado, y eso no hay SGAE que lo regule.

Escrito por Natxo Medina para YOROKOBU